El 21 de abril del 2022, los diputados aprobaron en segundo debate el expediente N°22704 y de esta forma Las Mascaradas se unen a la lista de Símbolos Nacionales de Costa Rica.
El arte y las costumbres populares transmiten la esencia y la identidad del ser costarricense, y es su gran valor cultural el que debemos procurar mantener a lo largo del tiempo. Una de las costumbres históricas de Costa Rica, corresponden a las mascaradas, que desde la Colonia habían llevado alegría a los pueblos costarricenses.
Las mascaradas tradicionales costarricenses no solo son un ícono de la alegría del «tico», también están cargadas de historia, y su creación conlleva horas de trabajo, convirtiéndolas en verdaderas obras de arte. Es por esto que este proyecto de ley se creó con la finalidad de seguir conservando las tradiciones indígenas, ese patrimonio cultural que se hereda de esta tradición popular, y por ello, Costa Rica debe incentivar que las mascaradas sigan siendo parte de la cultura de nuestro país, y también pretenden de rendir homenaje a los maestros artesanos que confeccionan las mascaradas.
El Ministerio de Educación Pública (MEP), debe incluir en su programa la sensibilización y divulgación. El Ministerio de Cultura y Juventud deberá informar los valore culturales sobre las mascaradas, y el Instituto Costarricense de Turismo (ICT), deberá promoverlas como un elemento que incentive el turismo y el comercio de sus actividades.
HISTORIA
Las mascaradas se adoptan en el Valle Central, aproximadamente a mediados del siglo XX, como una fiesta para celebrar la libertad y unir al pueblo. Como arte popular históricamente se contrapuso al arte elitista, buscando que todos los vecinos se reunieran, independientemente de su clase social. Participando desde músicos, mascareros, payasos, homenajeados y los espectadores.
La celebración está impregnada de temáticas como la libertad, el juego y la comunidad, sus personajes representaban esto mismo: el policía, leyendas como el cadejo, la llorona, el «pisuicas» (diablo), personas propias del pueblo, la pareja de gigantes, y hasta personas de la política nacional, entre otros.
Ahora bien, para buscar el inicio de esta tradición en nuestro territorio es posible que se deba regresar hasta la época precolombina antes de la llegada de los españoles al territorio de Costa Rica en el siglo XVI, donde los pueblos aborígenes contaban con algunas tradiciones que incluían la elaboración y utilización de máscaras. La más destacada de estas tradiciones, que ha llegado hasta la fecha, es el juego de los diablitos de la comunidad indígena de Boruca. Esta fiesta celebrada por el pueblo boruca posiblemente desde una época previa a la Conquista, involucra la elaboración de máscaras a base de madera de balsa, con las cuales los participantes del juego de los diablitos se disfrazan para la celebración, que se lleva a cabo entre el 31 de diciembre y el 2 de enero de cada año. No es casualidad entonces, que en las excavaciones arqueológicas realizadas en la zona sur de Costa Rica, donde se asentaron los reinos borucas, sea frecuente el hallazgo de piezas de oro que representan personajes enmascarados, así como danzantes y músicos.
Las máscaras prehispánicas se hacían de diversos materiales como arcilla, piedra volcánica, madera y jade, se coloreaban con pigmentos naturales, y sus temáticas eran propias de la cosmovisión indígena. Los personajes enmascarados ejecutaban danzas rituales, lo que les otorgaba un lugar privilegiado y les confería poder en la sociedad indígena, pues se interpretaba que se transformaba o era poseído por la deidad que representaba la máscara.
Posteriormente, en la época colonial se considera a los parlampanes como los antecesores inmediatos a la mascarada tradicional de hoy día. Los parlampanes eran grupos de vecinos de condición generalmente humilde, los cuales se disfrazaban con trajes ridículos que utilizaban máscaras representando animales. Durante la época colonial, en la ciudad de Cartago, antes del inicio de las corridas de toros durante las festividades populares o religiosas, los parlampanes
salían a bailar y corretear al público asistente.
En la Colonia, las máscaras eran fabricadas de papel maché. En ellas, se presentaba un sincretismo religioso con influencias españolas, indígenas y africanas. Los asistentes se vestían con mantas (de donde proviene el término “mantudo”), a las que hacían agujeros para los ojos, la nariz y la boca, sobre la cual se colocaban las máscaras. La mascarada popular de tradición colonial tuvo un resurgimiento en el país, en La Puebla de los Pardos de Cartago, en la misma época en la que se construyó el Teatro Nacional de Costa Rica y en la que se fundó la Escuela Nacional de Bellas Artes, a finales del siglo XIX. El contraste de esta manifestación cultural festiva, carnavalesca y satírica callejera, con la opulencia del nuevo teatro josefino, símbolo de modernidad, progreso y europeización, es una de las numerosas muestras de la rica diversidad y complejidad de la historia de la cultura y del arte costarricense.
Es evidente, que las mascaradas tienen un valor importante para el turismo que llegan a observar las festividades, en donde se realizan grandes encargos para vender las máscaras tradicionales en el mercado internacional para países como Francia, España, Canadá y Estados Unidos o en la venta de galerías de arte o tiendas de souvenirs en San José o en las zonas turísticas como Papagayo, Tamarindo, Jaco, la Fortuna, etc.
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